
El viaje desde King’s College Hospital hasta Gatwick Airport y el embarque en el avión fue de lo más nostálgico y triste que recuerdo últimamente. Porque han sido cuatro cortos a la par que intensos días en que nos teníamos que alimentar a base de sándwiches rebosantes de mayonesa, bocadillos de galletas con queso sausage o hamburguesas poco hechas. Echas de menos cosas como levantarte por la mañana y que a Alba le huela el pelo como si se lo acabara de lavar, la sonrisa de María trayéndonos croissants y café, encontrarte con Maegan y no entender nada de lo que dice porque habla como un Ferrari, ver como Joyce no para de hacer fotos a todo lo que ve, Margot enseñándome los distintos alfabetos japoneses y comentar con ella series como The Office, la extrema felicidad de Florence, enseñarle a Gil los vídeos más chorras de Youtube y los ojos de Kathi. Son cosas que jamás se podrán olvidar y que tengo la suerte de poder haber visto, vivido y oído.
Ahora ya no cojo el bus 176 to Penge, ni juego al ahorcado sobre películas o series, ni tengo conversaciones subidas de tono antes de irme a dormir, ni ceno a las seis de la tarde, ni me vacilan en otros idiomas, ni ponen Queen en el supermercado cuando voy a comprar, ni le doy de comer a las ardillas de Ruskin Park.